Ese momio que llaman Estado,
no puede amar, emocionarse, sentirse
adherido a principios, pues su pétreo
cuerpo, no siente ni padece.
Suele moverlo un conductor manipulado
o embriagado, quien cree, él le obedece.
En Colombia, en este instante, se ha desatado una seria controversia y enfrentamiento, entre los factores de poder, por asuntos relativos al mejoramiento de vida en general de quienes venden su fuerza de trabajo, una mercancía cuyo precio siempre está atrapado, pese el medio de cambio, el dinero, pierda valor. Es una regla hecha a imagen y semejanza de quienes producen y son dueños de las demás mercancías; el trabajador bajo dependencia no pone el precio de la suya, como los demás sí.
Se trata de un juego, un intercambio, donde los dueños o manejadores del capital que, pudieran estar en el sector privado o el Estado, se cuidan de tener el control, de manera que toda decisión sea en favor de ellos y cuando haya que reconocer algún derecho, como un aumento salarial, esté sujeto estrictamente a los movimientos del mercado, como que tal reconocimiento termine en un aumento del consumo, lo que en fin de cuentas, implica como un volver la manguera a la fuente de donde esta se llena de agua. Es decir, los aumentos salariales, siempre retornan con rapidez a las manos de quienes "por generosidad, progresismo", los otorgan. Pues para eso están los precios de las demás mercancías y la libertad y "derecho" de ponerlos de lo cual gozan quienes las poseen.
El presidente Petro, según una nota hallada en un medio informativo que, como todos, parece darle poca importancia a lo propuesto en las preguntas acerca de la consulta popular que debía ser aprobada por el Senado, destinada a favorecer a los trabajadores, en un acto poco habitual, lo que no niega que, en América Latina antes se han producido cosas extrañas como esa, presentó al Senado de la República de Colombia una propuesta que, según tengo entendido, se trata de llamar a una consulta popular acerca de reformas sobre el trabajo.
Pese al empeño que puse, el tiempo que consideré necesario y pertinente, para enterarme de detalles acerca de la propuesta de Petro, sólo hallé esta, que dice, "Con la reforma laboral que propone Gustavo Petro, tendríamos unos contratos fijos, unas garantías al trabajar mucho mejores, tendríamos un futuro digno, sin la incertidumbre de que cuando seamos viejos, o si nos enfermamos, no tenemos que estar el día a día pagando y trabajando por el día", dijo María Alejandra Mayorga a AFP, una artista que participó en la marcha este martes 18 de marzo.
No obstante, el cómo deliberado interés de los medios en ocultar lo que se propone la reforma, la nota anterior, declaraciones de "una artista", partidaria de las reformas, para quien esto escribe, es bastante elocuente. Habla de contratos fijos y hasta sugiere algo relacionado con la vejez de los trabajadores.
Pero lo primero que llama la atención, es que la propuesta proviene del gobierno y no de los sindicatos u organizaciones laborales, sino que es el mismo proponente, el Estado, por intermedio de Gustavo Petro, quien lidera esa lucha. Por lo que dijimos en el título, estaríamos ante el extraño caso de, "venados corriendo tras los perros y carretas tras los caballos". Aunque no es esta la primera vez que eso vemos; es como una reedición del proceder de Chávez.
El senado en una votación enrevesada, donde se habla de deserciones y hasta trampas, optó por desestimar la propuesta presidencial.
Lo interesante es que Petro, ha hecho una propuesta destinada a convocar una consulta popular, acerca de reformas laborales destinadas a mejorar la vida de los trabajadores, pese como arriba dijimos, los dueños del capital, habrán de encontrar cómo, al final, el juego termine a su favor. Pero, pese eso no debe funcionar así, lo pertinente es insistir en la lucha. Lo objetable es que, antes de acudir al Senado, se debió hacerlo ante las organizaciones laborales y los trabajadores todos, no sólo para que elaboraran la propuesta, la llevasen donde les estaría permitido con el aval del Ejecutivo; es decir, la acompañaran formalmente y también para dejar sentada su opinión y respaldo. De manera que, el Senado colombiano, tuviese suficientemente claro a quién habría de enfrentarse.
El proceder de Petro no es ajeno a otro que, él mismo, antes, ha objetado en otros gobernantes. La lucha por el salario, las condiciones de trabajo, en primer término, son procederes, circunstancias, inherentes a los trabajadores. Estos están obligados a hacerlo y no delegar esa responsabilidad y derecho a nadie; pues eso es demasiado riesgoso, como que puede volverse un boomerang, un disparo que sale por la culata o en el trayecto inicial se devuelve en dirección al pecho de quien hizo el disparo.
Los medios, según lo que percibo, han puesto énfasis en informar acerca del rechazo del Senado a la propuesta de Petro y hasta se han refocilado en hablar de unas tretas insustanciales, pero poco esfuerzo han puesto por informar acerca del contenido de lo propuesto. Y esa actitud no es nada inocente sino, al contrario, muy bien pensada para que, el asunto, ante la opinión de los trabajadores, no despierte interés. También es muy llamativo como los sindicatos, gremios de trabajadores, juegan en un segundo plano, como si lo pertinente es que, el asunto quede manejado y liderado por dos organismos del Estado, el Presidente y el Senado. ¡Qué ellos, los del poder, decidan! ¿Por qué? Porque eso tiene siempre un límite, para que las aguas no se desborden.
Al margen de lo que sea Petro, Chávez o Simón Bolívar, los intereses de los trabajadores, nadie, absolutamente nadie, los representa mejor y auténticamente, que ellos. Nadie siente mejor que el paciente el dolor que lo embarga. Ni siquiera la dirigencia laboral como tampoco Dios ni los héroes. En la lucha por el cambio social y dentro de esta, la particular de los reclamos salariales y condiciones generales de trabajo, los trabajadores y sus organizaciones, no pueden ni deben quedar al margen. Es impertinente, buscar sustitutos que pudieran, por distintas razones, en cada caso, poner en primer término lo que es de su exclusiva conveniencia; distinta a lo específico por lo que luchan los trabajadores; más bien, pudieran privilegiar otros intereses. Y cuando digo esto último, no pienso en una maraña, trampa, engaño, sino en una opción generosa, en cierto modo valedera, pero ajena y hasta contraria al fin sustantivo, concreto, del reclamo de los originales interesados. ¡Cada cabeza es un mundo!
Pareciera que las vanguardias olvidan algo sustantivo, previsto en la dialéctica, la naturaleza de la lucha de contrarios y el cambio. El verdadero factor representativo en la lucha por el salario es el trabajador, el dueño de su fuerza de trabajo, su mercancía. Así como el comerciante, orientándose por el mercado global, pone el precio de sus mercancías, corresponde al trabajador poner el de la suya, ofrecerla al mercado y esperar las respuestas pertinentes. Por supuesto, por la naturaleza de la disputa o intercambio, son válidos los representantes, pero estos tienen que ser los pertinentes, los que los trabajadores escojan y, los escogidos, están obligados a escuchar a sus representados para llegar a acuerdos razonables y justos.
Es habitual, pertinente que, ante los reclamos laborales, en las sociedades de hoy, participen los representantes de los trabajadores, esos que solemos llamar sindicalistas, pero solo como agentes portadores de los reclamos y condiciones de sus representados. Estos no pueden volverse, pues sería una traición o usurpación, agentes de quienes compran la mercancía trabajo y menos otorgarle al Estado una representación que le es ajena; en esa disputa, éste pudiera ser un árbitro justo y razonable. Pero el Estado no debe asumir el liderazgo, la facultad de acordar consigo mismo y los empresarios, lo inherente a los trabajadores. ¿No hemos aprendido nada?
Permitir que el Estado se apodere de la facultad de definir en materia salarial, es una muy mala actitud de los trabajadores y sus vanguardias. Es un error de muchos, empezando por quienes tienen el deber y asumen el compromiso de dirigir las organizaciones de los trabajadores. En su oportunidad, hice severas críticas, a la dirigencia obrera, que permitió se hiciese costumbre que los aumentos salariales no se fundamentasen en los contratos, sino en las decisiones presidenciales. La gente, los trabajadores, se acostumbran a un proceder facilista, pese lo que está en las leyes y a ellas pudiese incorporarse. Esas prácticas vanguardistas, llenas de buena fe y hasta bondad, suelen implicar la entrega de un derecho, un deber y el establecimiento de una conducta, naturalización de un proceder, tanto de los trabajadores como del Estado, que se vuelva en contra de los primeros. Se podría hasta hablar de un "caballo de Troya".
No es problema de personas, de buena o mala fe, sino de la pertinencia de los derechos y las luchas. El Estado es un ente, llamémoslo regulador, hasta hay quienes le llaman árbitro, así le oí llamar en la Escuela de Derecho de la UCV y leí en muchos textos. Pero él no es siempre sólido, hermético, suele hundirse, ceder y hasta volverse en contra de lo que, en un momento, alguien pudo querer defender. Y esto sucede cuando hay quien empuja más fuerte y en contrario. El Estado es un aparato conducido por humanos, que toma el rumbo que le trazan quienes empujan con más fuerza y el interés particular de quienes de él forman parte.
Por eso, por entender eso ahora, saludo, aprecio el valeroso y nada extraño gesto de Gustavo Petro, de llamar a los trabajadores, siendo él, el Presidente, a la protesta, en defensa de un proyecto que pareciera destinado a establecer unas nuevas y mejores relaciones entre el patrón, Estado, sector privado y los trabajadores. Pero debió pensar él y, sobre todo, la dirigencia obrera y la vanguardia toda, que esa propuesta tiene un dueño, un factor determinante, que debió movilizarse antes y siempre en defensa de su mercancía y sus derechos. A los pueblos, trabajadores no se les momifica; se les insufla vida, energía para que nada se detenga.
Y este acontecimiento debe servir a los trabajadores, en primer término, a sus representantes genuinos, para internalizar que, sus derechos y deberes, no se les puede delegar a nadie, menos al Estado, pese uno evalúe que, quien está al frente del mismo, le embarga la buena fe y el mejor deseo por el bienestar colectivo; eso no es suficiente, pues las aguas que vienen desde arriba, traen una fuerza y un fin, van en busca del mar "que es el morir".