Después de la maniobra para ocultar los resultados de las elecciones presidenciales de 2024, la cúpula del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) ha dejado atrás cualquier pretensión de legalidad o legitimidad. Ahora apuesta abiertamente a fabricar un monigote y llamarlo «democracia». El próximo 25 de mayo están pautadas elecciones parlamentarias y regionales, pero en la práctica, lo que ocurrirá dista mucho de un acto soberano: no se elige libremente, se ejecuta un guion preestablecido por el poder.
El proceso ha sido reducido a tal punto que el Consejo Nacional Electoral (CNE) se asemeja más a un crupier de casino que a una autoridad confiable. Con una diferencia sustancial: en las mesas de juego, por más injustas que sean, al menos se conocen las reglas. En cambio, en esta parodia electoral organizada por la administración de Nicolás Maduro, ni siquiera existe una Gaceta Oficial que defina con claridad el proceso en curso. Todo se maneja en la opacidad y la discrecionalidad.
Pero no se trata simplemente de vacíos formales o de tecnicismos jurídicos. Lo que está en marcha es un proceso diseñado a la medida de quienes secuestraron las instituciones del Estado para mantenerse en el poder a cualquier costo. Partidos intervenidos judicialmente, tarjetas eliminadas sin justificación, inhabilitaciones políticas arbitrarias, y el regreso de supuestos «golpistas» y «magnicidas» que, de la noche a la mañana, ahora sí pueden participar. A esto se suma la criminalización sistemática contra las fuerzas que adversamos el viraje reaccionario y la política antiobrera y antipopular de Maduro: activistas, trabajadores, jóvenes e incluso adolescentes encarcelados y acusados de «terrorismo».
Para darle más paja a su monigote, el PSUV ha llegado al extremo de fabricar una circunscripción electoral para exacerbar el chovinismo y su patrioterismo descafeinado. Pues para nadie es un secreto que su único objetivo en el territorio Esequibo, así como en el sur del país, es ser el principal subastador de nuestras riquezas.
La voluntad popular, una vez más, está secuestrada bajo un modelo que se sostiene no por el consenso, sino por el miedo y la represión. La llamada «fiesta electoral» no es más que un evento privado, orquestado por quienes han instaurado un sistema donde la política se ejerce como una toma de rehenes.
Hablar de democracia en estas condiciones no solo es una mentira, es una ofensa a la dignidad de un pueblo que ha luchado históricamente por decidir su destino. Lo que se avecina no es una elección, sino una puesta en escena para legitimar lo ilegítimo, una simulación cuidadosamente estructurada para vestir de legalidad un poder profundamente autoritario.
En Venezuela no hay democracia. Hay una imitación grotesca de ella, una máscara cada vez más deteriorada que ya nadie se cree.
Editorial de Tribuna Popular N°3.062. Mayo de 2025