Ni guerra ni conficto, ¡es genocidio!

Las matanzas, la expulsión y el desplazamiento forzado del pueblo palestino a manos del sionismo israelíe ya no constituyen novedades noticiosas en el mundo. Son repeticiones constantes que apenas varían en el porcentaje exponencial de víctimas indefensas (por supuesto, palestinas) y que, a pesar de los ataques indiscriminados y desproporcionados que éstas sufren diariamente, apenas merecen alguna declaración condenatoria de algunos gobiernos, partidos políticos y movimientos sociales que, por tradición o por conveniencia del momento, se hallan enfrentados a las fuerzas hegemónicas que respaldan incondicionalmente al régimen de Tel Aviv, en especial, Estados Unidos. En esta narrativa de indudable índole colonialista, racista y supremacista podemos observar también la actitud cómplice y displicente adoptada por los regímenes autocráticos del Oriente Medio, a excepción de la República Islámica de Irán y Líbano, cuyo territorio sur es un blanco frecuente de los bombardeos israelíes. Estos quizás olviden deliberadamente que las pretensiones israelíes son dominar el territorio comprendido desde la península del Sinaí, en Egipto, y partes de Líbano, Siria y Jordania; y, como una forma de apaciguamiento, han permitido todo lo hecho por el sionismo gobernante para ocupar por completo la tierra ancestral de los palestinos. Siria, ahora dominada por terroristas al servicio de Israel y de Estados Unidos, ha "cedido" parte de su territorio a Tel Aviv como compensación por su apoyo para derrocar a Bashar al-Ásad, legitimando el derecho israelíe a crear una zona de seguridad en su entorno.

Según lo señalado por el periodista estadounidense Chris Hedges, «el 7 de octubre marcó la línea divisoria entre una política israelí que defendía la deshumanización y subyugación del pueblo palestino y una política que reclama su exterminio y expulsión de la Palestina histórica. Lo que estamos presenciando es el equivalente histórico del momento desencadenado por la aniquilación de unos 200 soldados capitaneados por el general Custer en junio de 1876 en la Batalla de Little Bighorn. Tras aquella humillante derrota, los nativos norteamericanos fueron sistemáticamente asesinados y los supervivientes obligados a ir a campos de prisioneros de guerra, más tarde llamados reservas, donde miles murieron de enfermedades, vivieron bajo la mirada despiadada de sus ocupantes armados y cayeron en una vida de miseria y desesperación. Se espera lo mismo para los palestinos de Gaza, abandonados, sospecho, en uno de los agujeros infernales del mundo y olvidados». De un modo crudo, público e incensante las autoridades sionistas de Israel han decretado la destrucción absoluta del pueblo de Palestina, esta vez sin disimulo, proclamádolo a cielo abierto, sin que hayan voces suficientes que condenen tal despropósito, ni siquiera en el seno de la Organización de las Naciones Unidas donde el veto reiterado de Estados Unidos impide que se detengan todas las atrocidades cometidas en la franja de Gaza y Cisjordania desde hace más de setenta años.

Mientras todo esto ocurre en Palestina, hay otra guerra entablada contra aquellas personas que manifiestan su repudio al genocidio perpetrado, siendo tachados de «antisemitas», en un claro intento por silenciarlas, criminalizarlas o, en el caso estadounidense, encarceladas y deportadas. Pero esto no se limita nada más a Estados Unidos o a Europa. Ya se ha hecho notoria, por ejemplo, en Argentina. En cada uno de estos países sus gobernantes han aceptado en gran parte lo que incluye el concepto de antisemitismo propuesto en 2016 por la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA); olvidando a propósito que el semitismo incluye a los árabes por ser descendientes míticos de Sem, uno de los tres hijos del patriarca Noé mencionado en la Biblia, y de Ismael, hijo del patriarca Abraham. Se obvia, así, de manera olímpica, que «el proyecto sionista, como todos los demás "derechos" coloniales, -según lo aclaró el manifiesto suscrito por distintos intelectuales y académicos de nuestro continente en 2020, reproducido por el Grupo Especial Revista Al Zeytun / CLACSO Palestina y América Latina- se sustenta en un relato que legitima la superioridad moral y civilizacional de los colonizadores sobre los colonizados. Lo que no puede ser calificado sino de racista, si entendemos el racismo como la naturalización de una relación de opresión y desigualdad en función de características étnicas, nacionales, religiosas y/o culturales».

Ni aún con toda la carga emocional que aún pudiera generar en la opinión pública el Holocausto judío causado por la maquinaria asesina de los nazis hace ochenta años atrás, se justificaría la desproporción bélica con que actúan las fuerzas militares israelíes contra la población árabe. Menos recurriendo a una superstición bíblica, sostenida por los llamados evangélicos sionistas que ven en esto el advenimiento del «juicio final». Las fuerzas israelíes han asesinado por lo menos, hasta donde se ha podido contabilizar, a 209 trabajadores de la información desde octubre de 2023; en ese mismo ínterin, a unos 1470 paramédicos de la Media Luna Roja. Con esa clase de crímenes Israel se estaría asegurando de eliminar la cobertura informativa de sus arremetidas y la falta de asistencia médica a las víctimas palestinas. Es parte de la estrategia de exterminio general que se ha impuesto Benjamin Netanyahu y que es compartida sin ningún remilgo moral por los gobiernos de Estados Unidos, España, Francia, Argentina, Gran Bretaña y otros más, la mayoría agrupados en la OTAN. No se puede hablar de guerra, ni de conflicto, sino de genocidio. A pesar de la complicidad mediática instaurada para negarlo y tergiversarlo.



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Homar Garcés


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