El cambio climático que aceleradamente va generando el incontenible desastre ecológico aparecen hoy entre los asuntos de máxima prioridad en la Asamblea General de la ONU.
Su secretario general, António Guterres, dijo que urge más que nunca mayor cooperación internacional frente a los grandes retos que exige el cambio climático, lo que también incluye las amenazas a la paz.
La respuesta global a la emergencia climática ha sido inadecuada, la cual exige la ex cooperación y la solidaridad, de las naciones.
La historia nos dice que el capitalismo salvaje, basado en la explotación del hombre por el hombre, no proporciona la felicidad de la especie humana, ni el consuelo ni cierto grado de seguridad a las poblaciones subsumidas en regímenes que han adoptado la sociedad de consumo, y tampoco lo hará, son datos conocidos y hay que admitirlos.
La población aumenta a un ritmo exponencial entre 90 y 100 millones al año. Escasearán los alimentos, y la desnutrición y el hambre preparan el terreno a las enfermedades y a las pandemias. Si la población aumenta un 2% anual cada año, debe crearse un 2% más escuelas, hospitales y así sucesivamente. Nada de eso ocurre. La tierra para el cultivo está degradada y se ha negado a aumentar a un ritmo del 2% anual.
No sólo está la alimentación, el acceso al agua se está convirtiendo en un factor vital que limita la existencia humana. La población se ha triplicado pero el consumo de agua se ha cuadruplicado. La única fuente de agua es dejar de derrocharla.
El criminal capitalismo salvaje no es un estado natural de la humanidad y como sistema en tres siglos ha ido preparando el escenario hacia un accidente global que se visualiza en el corto plazo, y no podrá recuperarse como sistema, pues es el generador de la crisis humanitaria y del hecatombe en la economía mundial.
Las crudas realidades que enfrentamos deben ser enfrentadas por todas y todos. Pronto será demasiado tarde. La naturaleza es el mayor obstáculo del capitalismo salvaje y es tratada como adversaria. La suerte está echada.